“Si del infierno quieres un fiel
retrato acércate a Mollendo por un rato”, fue el título de uno de los artículos del desaparecido diario arequipeño "La Bolsa", del 22 de marzo de
1880, que dio cuenta de los hechos
de la invasión a Mollendo por los
chilenos los días 8, 9 y 10 de ese mes.
LOS HECHOS: EL DESEMBARCO
La noche del 8 de marzo soldados chilenos, al
mando de los Coroneles Orozimbo Barboza y Baldomero Dublé Almeida, llegaron a
la bahía de Mollendo en los buques “Blanco Encalada”, “O´Higgins”, “Amazonas”,
“La Covadonga” y el “Lamar”, desembarcando en la caleta de Pescadores, entre
Mollendo y Matarani, y por el
desaparecido puerto de Islay, que en aquel año, estaba en decadencia. De estos
lugares caminaron hacia el “Puerto bravo” en dos grupos, uno que se dirigió por
las lomas y otro por los acantilados.
A las 4 de la tarde del 9 de
marzo, las tropas chilenas entraban a la plaza de armas de Mollendo, cuyos
habitantes habían huido, en su mayor parte hacia Mejía, las lomas y el valle de
Tambo temiendo que los enemigos repitiesen sus acostumbradas hazañas “de tirar”
sobre gente indefensa. Mientras el “Blanco
Encalada” fondeaba por la primera vez
en la bahía a poca distancia de tierra y
en posición de combate.
Los pocos nacionales que
resguardaban el puerto no pasaban de
cuarenta y mal armados, que al ver desfilar a los invasores, y la actitud del
buque, comprendieron que toda resistencia era inútil y temeraria. Barboza mandó
del Blanco Encalada un parlamento para dialogar con las autoridades, pero no se
encontraban, solo un extranjero, empleado
del gobierno, quien los llevo a la casa del Sr. D. Juan Jefferson, Cónsul de la
República Argentina y el Brasil; el
parlamento volvió al Blanco Encalada, después de izar la bandera chilena en la
Sub-prefectura y en la Capitanía de Puerto, y a llegar a bordo se disparo un
cañonazo que parece fue señal convenida de que podrían entrar libremente.
Los chilenos tomaron como
cuarteles la estación del ferrocarril y
las casas que había entre la Aduana de Mollendo y la casa del Sr.
Speedie. Los jefes y oficiales se alojaron en la casa del Superintendente del Ferrocarril
y el hotel de propiedad del señor Champin.
En la ciudad de Arequipa, el
Prefecto Gonzales Orbegoso, recibía telegramas,
que enviados desde Mejía por el Sub-Prefecto de Islay, Ramón Vargas Machuca,
anunciaba que Mollendo era ocupada por las fuerzas chilenas.
El Prefecto organizo un ejército para repeler la invasión
chilena; convoco al batallón “Legión Peruana” a cargo del Comandante Gutiérrez,
al batallón “Apurímac” al mando del Comandante Cipriano Soto, al batallón
“Piérola” bajo la dirección del Comandante Carlos Llosa, y las columnas arequipeñas de la Guardia
Civil, de Artesanos, del Pueblo, de la Gendarmería, de la “Columna del Honor”,
y todos bajo el mando del coronel Manuel Ramón Rivera. El Prefecto partió de
Arequipa con este ejército, dejando la
ciudad en su cargo, al Teniente Coronel Don Bruno Abril, quien días después de
la ocupación, destino la casa del señor Yepes, contigua al monasterio de Santa
Rosa, para asilo de los familiares de Islay, Mollendo y Mejía, por consecuencia
de la invasión chilena, reservándose en caso de que aquella no fuese
suficiente el tomar las medidas
convenientes para que ninguna de dichas familias quede sin alberge.
AVANCE HACIA MEJIA
En la madrugada del 10 de marzo
la caballería del Teniente chileno Belizario Amor, y la columna
“Zapadores” se dirigieron hacia Mejía,
siguiendo la línea del ferrocarril, llegando a la 1 de la tarde, donde
encontraron a dos italianos que cuidaban
sus caramancheles. Allí saquearon e incendiaron las casas desocupadas,
destruyeron la enrieladura y vagones que se encontraban en la estación
de Ensenada.
El ejercito que salió de
Arequipa, llegó a la estación de Cachendo, uniéndose a los batallones que se
organizaron en el valle de Tambo comandadas por el ingeniero Eduardo López de
Romaña, el de Mollendo por el Comandante
Mariano Bedoya, y la artillería, sin cañones, dirigidas por Manuel San Román;
este ejercito avanzo contra el enemigo
que se encontraba en Mejía y la
Ensenada, librando una batalla en la quebrada de Chule donde murieron
los tambeños Ramón Cáceres y Jose Eguiluz.
Abandonado Mejía, los nacionales encontraron en la plaza, ocho barriles
de pólvora enterrados; luego capturaron
al chileno encargado de prenderle fuego, que estaba embriagado.
EL DIA DEL INFIERNO: INCENDIO, SAQUEO Y RETIRADA
Durante la tarde del 10 de marzo,
los chilenos que quedaron en Mollendo, ingresaron al Juzgado Paz y destrozaron
los expedientes y libros, destruyeron el ferrocarril y la factoría a
dinamitazos tomando prisionero al maquinista de “La Maestranza” M. Blackey; de
la Aduana se llevaron a bordo varios pianos, piezas de paño y otras mercaderías
de valor, lo que no pudieron reivindicar lo destrozaron o utilizaron de algún
modo.
En la noche soldados chilenos
completamente ebrios, retornaban por el camino que conducía al pueblo de Islay,
enviados por los Jefes, pues querían evitar
fatales consecuencias; los últimos, encendieron dos fogatas próximas a las últimas casas de Mollendo, y a
la luz de estas, entraron a zaquear las propiedades de la zona. De pronto
empezó a incendiar la casa de don Tomas Pinto, y luego, con mucha rapidez, las casas vecinas; por otro lado, muy cerca del
incendio, en la parte posterior de la casa del señor Struque, un oficial chileno
intento violar a una joven, pero la reacción de los vecinos impidieron el acto,
luego se refugiaron en la casa del español Manuel Dorich, que por su condición de
extranjero, había manifestado su neutralidad en el conflicto.
Dorich guardo en una caja fuerte
“valores propios y ajenos” que los chilenos intentaron saquear, según una carta que envió a su madre el sacerdote
chileno, que aparentemente estuvo en Mollendo, Eduardo Febres; y publicada parcialmente por
Carlos María Nuñiz en su libro “Historia del patriotismo, valor y heroísmo de
la nación peruana en la Guerra con Chile”.
El incendio continúo toda la
noche, al amanecer había ardido gran parte de la población de Mollendo, desde
el cementerio hasta la plaza del mercado; las tropas chilenas se embarcaron
apresuradamente, al percatarse que en las lomas se encontraba el ejército peruano,
dejando caballos, mulas, provisiones, municiones y aun rifles en el muelle. Los nacionales permanecieron
allí mientras los buques chilenos bombardeaban el puerto, luego el Prefecto
avanzo con ocho tiradores para hacer reconocimientos.
El viceparroco de Mollendo, Juan
Bautista Arenas, días después de la
ocupación, envió una carta al Vicario Capitular de la Diócesis de Arequipa
informándole los sucesos y el sacrilegio perpetrado en la iglesia, pues se
llevaron la Custodia, dos crismeras de plata con el sagrado Oleo, la
imagen de Nuestra Señora de la Purísima
con su corona de plata, entre otras cosas; además de haber incendiado el templo
y casa cural “para borrar las huellas del atentado [y ] todo frente a dos
capellanes chilenos”, dice.
El 13 de marzo de 1880 las tropas
chilenas se hicieron a la mar rumbo a Ilo, no sin antes, como un acto de
justicia, entregar a las autoridades consulares los responsables de las
atrocidades causadas a Mollendo.
La Estación del Ferrocarril y la Aduana de Mollendo
Una calle mollendina