sábado, 2 de abril de 2016

SI QUIERES DEL INFIERNO UN FIEL RETRATO, ACÉRCATE A MOLLENDO POR UN RATO

                                                                                   

“Si del infierno quieres un fiel retrato acércate a Mollendo por un rato”, fue el título de uno de los artículos del desaparecido diario arequipeño "La Bolsa", del 22 de marzo de 1880, que dio cuenta de los hechos  de la invasión  a Mollendo por los chilenos los días 8, 9 y 10 de ese mes.

LOS HECHOS: EL DESEMBARCO

La noche del 8 de marzo soldados chilenos, al mando de los Coroneles Orozimbo Barboza y Baldomero Dublé Almeida, llegaron a la bahía de Mollendo en los buques “Blanco Encalada”, “O´Higgins”, “Amazonas”, “La Covadonga” y el “Lamar”, desembarcando en la caleta de Pescadores, entre Mollendo y Matarani,  y por el desaparecido puerto de Islay, que en aquel año, estaba en decadencia. De estos lugares caminaron hacia el “Puerto bravo” en dos grupos, uno que se dirigió por las lomas y otro por los acantilados.

A las 4 de la tarde del 9 de marzo, las tropas chilenas entraban a la plaza de armas de Mollendo, cuyos habitantes habían huido, en su mayor parte hacia Mejía, las lomas y el valle de Tambo temiendo que los enemigos repitiesen sus acostumbradas hazañas “de tirar” sobre gente indefensa. Mientras  el “Blanco Encalada”   fondeaba por la primera vez en la bahía  a poca distancia de tierra y en posición de combate.    
Los pocos nacionales que resguardaban el puerto  no pasaban de cuarenta y mal armados, que al ver desfilar a los invasores, y la actitud del buque, comprendieron que toda resistencia era inútil y temeraria. Barboza mandó del Blanco Encalada un parlamento para dialogar con las autoridades, pero no se encontraban, solo un extranjero,  empleado del gobierno, quien los llevo a la casa del Sr. D. Juan Jefferson, Cónsul de la República Argentina y el Brasil;  el parlamento volvió al Blanco Encalada, después de izar la bandera chilena en la Sub-prefectura y en la Capitanía de Puerto, y a llegar a bordo se disparo un cañonazo que parece fue señal convenida de que podrían entrar libremente.

Los chilenos tomaron como cuarteles la estación del ferrocarril y  las casas que había entre la Aduana de Mollendo y la casa del Sr. Speedie. Los jefes y oficiales se alojaron en la casa del Superintendente del Ferrocarril y el hotel de propiedad del señor Champin.

En la ciudad de Arequipa, el Prefecto  Gonzales Orbegoso, recibía telegramas, que enviados desde Mejía por el Sub-Prefecto de Islay, Ramón Vargas Machuca, anunciaba que Mollendo era ocupada por las fuerzas chilenas.

El Prefecto  organizo un ejército para repeler la invasión chilena; convoco al batallón “Legión Peruana” a cargo del Comandante Gutiérrez, al batallón “Apurímac” al mando del Comandante Cipriano Soto, al batallón “Piérola” bajo la dirección del Comandante Carlos Llosa,  y las columnas arequipeñas de la Guardia Civil, de Artesanos, del Pueblo, de la Gendarmería, de la “Columna del Honor”, y todos bajo el mando del coronel Manuel Ramón Rivera. El Prefecto partió de Arequipa con este ejército, dejando  la ciudad en su cargo, al Teniente Coronel Don Bruno Abril, quien días después de la ocupación, destino la casa del señor Yepes, contigua al monasterio de Santa Rosa, para asilo de los familiares de Islay, Mollendo y Mejía, por consecuencia de la invasión chilena, reservándose en caso de que aquella no fuese suficiente  el tomar las medidas convenientes para que ninguna de dichas familias quede sin alberge.

AVANCE HACIA MEJIA

En la madrugada del 10 de marzo la caballería del Teniente chileno Belizario Amor, y la columna “Zapadores”  se dirigieron hacia Mejía, siguiendo la línea del ferrocarril, llegando a la 1 de la tarde, donde encontraron  a dos italianos que cuidaban sus caramancheles. Allí saquearon e incendiaron las casas desocupadas, destruyeron  la enrieladura  y vagones que se encontraban en la estación de  Ensenada. 

El ejercito que salió de Arequipa, llegó a la estación de Cachendo, uniéndose a los batallones que se organizaron en el valle de Tambo comandadas por el ingeniero Eduardo López de Romaña,  el de Mollendo por el Comandante Mariano Bedoya, y la artillería, sin cañones, dirigidas por Manuel San Román; este ejercito avanzo  contra el enemigo que se encontraba en Mejía y la  Ensenada, librando una batalla en la quebrada de Chule donde murieron los tambeños Ramón Cáceres y Jose Eguiluz.

Abandonado Mejía,  los  nacionales encontraron en la plaza, ocho barriles de pólvora enterrados; luego   capturaron al chileno encargado de prenderle fuego, que estaba embriagado.

EL DIA DEL INFIERNO: INCENDIO, SAQUEO Y RETIRADA 
 
Durante la tarde del 10 de marzo, los chilenos que quedaron en Mollendo, ingresaron al Juzgado Paz y destrozaron los expedientes y libros, destruyeron el ferrocarril y la factoría a dinamitazos tomando prisionero al maquinista de “La Maestranza” M. Blackey; de la Aduana se llevaron a bordo varios pianos, piezas de paño y otras mercaderías de valor, lo que no pudieron reivindicar lo destrozaron o utilizaron de algún modo.
En la noche soldados chilenos completamente ebrios, retornaban por el camino que conducía al pueblo de Islay,  enviados por los Jefes, pues querían evitar fatales consecuencias; los últimos, encendieron dos fogatas  próximas a las últimas casas de Mollendo, y a la luz de estas, entraron a zaquear las propiedades de la zona. De pronto empezó a incendiar la casa de don Tomas Pinto,  y luego, con mucha rapidez,  las casas vecinas; por otro lado, muy cerca del incendio, en la parte posterior de la casa del señor Struque, un oficial chileno intento violar a una joven, pero la reacción de los vecinos impidieron el acto, luego se refugiaron en la casa del  español Manuel Dorich, que por su condición de extranjero, había manifestado su neutralidad en el conflicto.

Dorich guardo en una caja fuerte “valores propios y ajenos” que los chilenos intentaron saquear, según  una carta que envió a su madre el sacerdote chileno, que aparentemente estuvo en Mollendo,  Eduardo Febres; y publicada parcialmente por Carlos María Nuñiz en su libro “Historia del patriotismo, valor y heroísmo de la nación peruana en la Guerra con Chile”.
 
El incendio continúo toda la noche, al amanecer había ardido gran parte de la población de Mollendo, desde el cementerio hasta la plaza del mercado; las tropas chilenas se embarcaron apresuradamente, al percatarse que en las lomas se encontraba el ejército peruano, dejando caballos, mulas, provisiones, municiones y aun rifles  en el muelle. Los nacionales permanecieron allí mientras los buques chilenos bombardeaban el puerto, luego el Prefecto avanzo con ocho tiradores para hacer reconocimientos.

El viceparroco de Mollendo, Juan Bautista Arenas,  días después de la ocupación, envió una carta al Vicario Capitular de la Diócesis de Arequipa informándole los sucesos y el sacrilegio perpetrado en la iglesia, pues se llevaron la Custodia, dos crismeras de plata con el sagrado Oleo, la imagen  de Nuestra Señora de la Purísima con su corona de plata, entre otras cosas; además de haber incendiado el templo y casa cural “para borrar las huellas del atentado [y ] todo frente a dos capellanes chilenos”, dice.

El 13 de marzo de 1880 las tropas chilenas se hicieron a la mar rumbo a Ilo, no sin antes, como un acto de justicia, entregar a las autoridades consulares los responsables de las atrocidades causadas a Mollendo.
La Estación del Ferrocarril y la Aduana de Mollendo

Una calle mollendina