martes, 14 de octubre de 2025

HISTORIA DE UNA ERUPCIÓN APOCALÍPTICA. EL HUAYNAPUTINA Y EL VALLE DE TAMBO BAJO CENIZAS EN 1600

 

Ilustración de Felipe Huaman Poma de Ayala en su "Nueva crónica y buen gobierno" donde muestra la lluvia de cenizas que cayó sobre la ciudad de Arequipa durante la erupción del volcán Huaynaputina 


El volcán Huaynaputina (4800 m.s.n.m.) se encuentra ubicado en la provincia de Omate, al extremo norte de la región de Moquegua, es uno de los siete volcanes activos de Perú localizados en la Zona Volcánica Central (ZVC) de la cordillera Occidental de los Andes. La cima con coordenadas 8162195N, 302187E (UTM – WGS 84 - Zona 19 Sur) se eleva a 2300 m sobre el cauce del río Tambo (Macedo, et al. 2018),

El volcán Huaynaputina erupciona el 19 de febrero de 1600 de una magnitud apocalíptica y sumió en una crisis a la ciudad de Arequipa y pueblos de los alrededores del sur del Perú durante meses, generando consecuencias económicas y sociales que perduraron varios años y transformó radicalmente el paisaje, la vida social y la economía de las regiones afectadas, dejando una huella indeleble en la memoria colectiva. Según Navarro (1994) dicha erupción ocasionó la muerte de aproximadamente 1500 personas en los valles de Omate y del río Tambo, además de que originó el descenso de la temperatura provocando uno de los veranos más frígidos de la historia en el hemisferio norte del planeta.

Entre las zonas más golpeadas por la furia de la erupción volcánica se encuentra el Valle de Tambo, fértil y posiblemente poco poblada en aquellos años, que quedó sepultada bajo una lluvia de cenizas, temblores continuos y la destrucción de sus cultivos y canales prehispánicos. Los testimonios de cronistas coloniales, viajeros y religiosos — como Martín de Murúa, Rodrigo de Cabredo, Simón Pérez de Torres y Vásquez de Espinosa— ofrecen una visión fragmentada pero poderosa de los efectos inmediatos y duraderos de esta catástrofe.

Como consecuencia de la caída de material ígneo al cauce del río Tambo este se represó a la altura de las faldas del volcán durante tres días; tras colapsar, el inmenso lahar siguió su cauce arrasando con todo a su alcance. Una semana después se volvió a repetir el mismo fenómeno kilómetros más abajo del primer represamiento. Entonces el Huaynaputina había intensificado su actividad, dando lugar a que el 31 de marzo el nuevo lahar colapsara y siguiera nuevamente con dirección al valle del Tambo, matando ganado e inutilizando los campos agrícolas que habían sobrevivido a la primera carga. Según algunas fuentes, la avalancha logró llegar al mar, donde dio forma a una pequeña isla (Peralta, 2021, 57).

El Ingeniero Geólogo Mario Arenas Figueroa afirma que “se observan, en el fondo de algunas quebradas del valle o en las laderas y cumbres de algunos cerros, depósitos de cenizas de la erupción de este volcán como manchas blancas en algunos cerros de Arequipa, Mollendo y Tambo. El autor de este libo observó que esta ceniza, llamada cenicero, era extraída de la quebrada Cachuyo y empleada en la fabricación de ladrillos” (Arenas, 2018, 123)

 En este artículo conoceremos el desastre que ocasionó esta erupción en el valle de Tambo, a través de las descripciones y crónicas que se escribieron durante y en tiempos posteriores a la erupción del volcán huaynaputina y trataremos de  reconstruir la historia de aquella erupción combinando fuentes documentales y relatos históricos  para comprender cómo el Huaynaputina alteró  el entorno  del Valle de Tambo; empezamos conociendo el origen del Rio e inicio del valle de Tambo en la provincia de Islay, luego la ubicación y erupción del volcán Huaynaputina y finalmente reconstruir el desastre ocasionado en el valle de Tambo y el reinicio de la agricultura.  

EL RÍO Y VALLE DE TAMBO

El río Tambo se origina en la cuenca de la cordillera occidental de los Andes peruanos; su recorrido tiene una longitud 535 kilómetros, es el de mayor extensión en toda la costa del Perú desde las provincias de San Román en la región Puno, pasando por las de Mariscal Nieto y Sánchez Cerro en Moquegua e Islay en Arequipa, donde se ubica su desembocadura. El río Tambo nace en el deshielo de los nevados de las regiones de Puno y Moquegua, el sacerdote Francisco Javier Echeverría y Morales escribió en 1804 que el río Tambo “baja desde las cordilleras y minerales de San Antonio” (Barriga, 1952, T. IV, 76) refiriéndose a las minas de San Antonio de Esquilache en Puno; sin embargo, este río no toma  el nombre de Tambo en su naciente, en su largo transito tiene diferentes denominaciones; no obstante, es en las confluencias de los ríos Paltiture o Paltituri con el río Ichuña en la región Moquegua donde surge el río Tambo.

El río Ichuña empieza en las confluencias de los ríos San Antonio y Crucero; el río San Antonio nace en el nevado Huancarane cerca de las minas de San Antonio de Esquilache en la región Puno. Por otro lado, el río San Antonio también es conocido con los nombres de Uturuncane, Oquieaque, Zorichata o Huancarane. El río Crucero nace en las lagunas de Aziruni y Jacumarini también en la región Puno. El río Paltituri o Paltiture nace en la provincia General Sánchez Cerro de la región Moquegua, toma este nombre solo en el recorrido entre el poblado de Tolapalca y su desembocadura en el río Tambo, desde el poblado mencionado hacia aguas arriba toma el nombre de Tolapalca y pertenece a la provincia de San Román en la región Puno, donde confluyen en éste varios ríos: Quemillone, Charamayo, Fundición y Ojechacha hasta su naciente en la laguna Lagunillas en la provincia de Lampa, también de la región Puno.

Según la Autoridad Local de Agua Tambo – Alto Tambo la cuenca del rio Tambo desde sus nacientes hasta su desembocadura un 75% le pertenece a la región Arequipa, 15% a la región Moquegua y 10 % a la región Puno. Los afluentes principales del rio Tambo son los ríos Coralaque, Titire, Vizcachas y el Carumas (Arenas, 2018).

El río Tambo a lo largo de la historia ha tenido diferentes nombres desde que los españoles lo conocieron, el ingeniero Mario Arenas Figueroa ha distinguido ocho denominaciones que tuvo este río a través de los siglos XVI, XVII y XVIII y sustentado con de documentos, publicaciones y mapas:

TAMPUPAILLA: antiguo nombre del río, según el cronista Antonio de Herrera, y que proviene de dos voces quechuas Tampu que significa deposito, almacén, posada, alojamiento y Pailla, que significa princesa o recolectar, recoger. Erróneamente Arrieta Malaga en su libro Mollendo Roca solitaria y Lino Benavente Lazo escribieron que Tampupailla significa “posada de la princesa”, pero si nos atenemos al aglutinamiento de la lengua quechua este significado sería correcto para Paillatampu; entonces el termino Tampupailla corresponde en significado a un depósito principal o tambo de recolección de un sitio de gran producción según Julián Palacios, quechuista puneño.

TAMBOPALLA: asignado por los españoles aproximadamente desde 1540 a un pueblo y al valle, según el documento de adjudicación de encomienda al conquistador español Diego Hernández y luego a Alonso de Cáceres. TAMPU: nombre atribuido al conquistador Diego de Almagro cuando cruzo este río en 1537, después de la fracasada expedición a Chile, en el trayecto “Pasaron por un río hondable e furioso, en el que se ahogó el desdichado Francisco Valdez, veedor de tierra firme, hijo del capitán Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista desta General Historia de Indias” (Fernández. 1959, 324).

TAMBO: Nombre simplificado de Tambopalla aproximadamente desde 1549, según documentos en el Archivo Regional de Arequipa.

IRAQUARTAMBO: Iraquartampu o Ari-Acuartampu: nombre dado por los indios de Omate, según el viajero Simón Pérez, cuando describió la erupción del volcán Huaynaputina en 1600, de allí el significado de este topónimo “Posada del demonio”, posiblemente por el desastre que ocasionó la erupción del volcán.

NOMBRE DE DIOS: Nombre dado por el cronista Antonio de Herrera en 1559, cuando este era el límite entre las audiencias de Lima y Charcas.

MADRE DE DIOS: Así figura en el mapa de Herman Moll de 1717.

ESQUINO: Llamado así en algunos atlas por el poblado y afluente del mismo nombre, que está cerca del pueblo de Puquina.

Sabemos que el río Tambo nace en las confluencias de los ríos Paltituri e Ichuña en la región Moquegua; pero, ¿dónde empieza el valle de Tambo en territorio de la provincia de Islay?; el 18 de noviembre de 1992, el ingeniero geólogo Mario Arenas Figueroa, realizó un viaje aguas arriba del río Tambo con el objeto de conocer los caseríos ubicados en esta parte del valle y ubicar los límites de este valle en la provincia de Islay con la provincias Mariscal Nieto y Sánchez Cerro de la región Moquegua; Arenas de acuerdo a la información que obtuvo a través de “el mapa político del Perú, escala 1:1´000,000 publicado por el instituto geográfico nacional (IGN), la hoja Arequipa 1988, escala 1: 250,00 publicada por IGN y la hoja Arequipa del mapa planimetrico de imágenes satélites, 1984, editado por la Oficina de Evaluación de Recursos Naturales (ONERN) y con la ayuda de las hojas de Punquina y Clesmesi, escala 1:100,000, editado por el IGN; ha establecido que los límites entre las regiones Arequipa y Moquegua en el valle de Tambo están fijados por una línea que pasa por el cerro San Francisco (1750 m.) cruza el río Tambo y continua por las cumbres del cerro Mirador o Peñadero (1740 m.) de la margen derecha” (Arenas: 1994,61).

El valle del río Tambo en la provincia de Islay empieza aguas arriba del lugar denominado Huachirando y el cerro San Francisco; limites también entre la región Arequipa con las provincias Mariscal Nieto en la región Moquegua. En 1863 Antonio Raimondi escribió que “Se da el nombre del valle de Tambo a la porción de la quebrada del mismo nombre en donde se hallan todas las haciendas de caña […] el valle de tambo tiene 12 leguas (66.87 km) de largo desde la última hacienda hasta su desembocadura en el mar, su ancho varía mucho pudiéndose calcular que tiene más de dos leguas en su desembocadura…” (Raimondi, 1929: 165).

Un testimonio del siglo XIX nos ofrece una descripción general del valle de Tambo “El valle es sumamente fértil y ameno, gozando un delicioso temperamento especialmente en la parte o término del que linda con la plaza del mar y boca del río, en distancias de solo dos leguas escasas. Su terreno en su mayor parte se halla inculto numerándose muy pocas tierras de sembrío y diez haciendas de caña […] la falta de adelantamiento de las tierras no debe ser culpable o atribuida a sus vecinos; si al caudaloso río que, no reconociendo en tiempo de avenidas, márgenes, no deja sitio recelo y pudiera con franquía cultivar todo muy especial de azúcar…” (Barriga, 1941, T.I, 59).

EL VOLCÁN HUAYNAPUTINA

El volcán Huaynaputina ubicado en el departamento de Moquegua, en la cordillera de los Andes del sur del Perú, fue conocido también con los nombres de Omate, Quinistaquillas, Chiquomate, Chiqueputina y Morro-Putina. Las poblaciones nativas de la región sur andina lo llamaron: “[…] Chiqui Omate, denominado de un pueblillo antiguo que tiene a la raíz, llamánle también Huainaputina, que quiere decir volcán nuevo o mozo, porque ha poco que echa fuego. Otros le llaman Cheque-Putina que es lo mismo que volcán de mal agüero” (Anónimo, 1600: 442).

Antonio Vásquez de Espinosa escribió  que el Huaynaputina era un “cerro pequeño en medio de una sierra,  pero los jesuitas dijeron en 1600: [...] el volcán Huaynaputína estaba en un monte, que aunque no es de demasiada altura tiene gran cepa y de circunferencia treinta leguas; remátase en lo alto con unas puntas por la parte de afuera, de suerte que hace una como forma de corona y en medío de el se levanta otra punta menos alta que las de las orillas que tendrá de bulto como una media iglesia y aquí tiene la boca” (Vásquez, 1969: 340).

El 15 de febrero de 1600 comenzaron los temblores y el 19 de febrero, el Huaynaputina hizo erupción con una violencia sin precedentes. Según el Instituto Geofísico del Perú la erupción, de tipo pliniana, fue de una magnitud 6 en la escala de Explosividad Volcánica (IEV) emanando flujos piroclásticos y ceniza que generó lahares que discurrieron por las quebradas y ríos aledaños al volcán entre ellos el río Tambo.

 Las crónicas relatan que el cielo se oscureció durante varios días y la ceniza cubrió el sol y convirtió el día en noche. Se dice que “no se veía el rostro del prójimo ni a un palmo de distancia”; la ceniza tan densa que sepultó pueblos enteros. Muchos creyeron que era el fin del mundo y las iglesias en la ciudad de Arequipa se llenaron de fieles que rezaban y confesaban sus pecados.

El cronista Bernabé Cobo escribió en 1653 que la ceniza y piedra pómez de la erupción del volcán Huaynaputina alcanzaron una altura de dos a tres lanzas (9 metros aprox.) en un radio de tres a cuatro leguas alrededor del volcán, la ceniza se esparció en una altura de un tercio de lanza a cincuenta leguas (28 km) alrededor del volcán, pero los efectos menores llegaron hasta 600 leguas de distancia. Las lluvias de cenizas llegaron hasta Tarapacá y Antofagasta por el sur, por el norte cayeron hasta los valles de Chili, Vítor, Tambo, Siguas, Ocoña y Majes y las nubes de cenizas llegaron hasta Panamá, Nicaragua y Chuquisaca (Arenas. 2017).

Raimondi llegó al cráter del Huaynaputina en 1863 y dijo que era de aproximadamente 2.5 km de diámetro y que tenía una profundidad de 100 m con paredes de 50°, 60° hasta 90 de inclinación formadas por cenizas, piedra pómez y escorias de diferentes tamaños (Raimondi,  1929, IV: 230).

Actualmente no se observa la forma volcánica del huaynaputina porque fue destruida hasta sus raíces por la erupción. En el lugar hay una depresión muy profunda ubicada en el borde de una meseta cercana al lado oeste del cañón del río Tambo. La depresión es de forma circular con un diámetro de 2.5 km y con un borde abierto hacia ese río (Arenas, 2017. 122).

DESASTRE EN EL VALLE DE TAMBO QUE OCASIONÓ LA ERUPCIÓN DEL HUAYNAPUTINA

La erupción del volcán Huaynaputina, ocurrida el 19 de febrero de 1600, fue uno de los desastres naturales más devastadores en la historia del Perú y tuvo un impacto catastrófico en el Valle de Tambo, según el Instituto Geofísico del Perú (IGP) la dispersión de la ceniza se produjo en dirección noreste y recorrió más 400 km. en dirección al Océano Pacifico impactando en los valles de la costa sur del Perú entre ellos el valle de Tambo.  Grandes cantidades de ceniza volcánica y flujos piroclásticos cayeron sobre el cauce del río Tambo que lo represaron y posterior desborde que cubrió el valle, destruyendo cultivos y fuentes de agua generando alteraciones severas en el ecosistema.



Tomado de Instituto Geofísico del Perú 2020

Las crónicas del siglo XVII describen la erupción del volcán Huaynaputina como un evento apocalíptico que devastó el sur del Perú, especialmente el Valle de Tambo y la ciudad de Arequipa. Martin de Murua, entonces Procurador General del convento de la Merced, en el capítulo XXII de su “Historia General del Perú”, titulada “La miserable ruina que vino a la ciudad de Arequipa” narra los acontecimientos de dicha ciudad los días de la erupción del volcán Huaynaputina; también, hace referencia a los desastres ocasionados en el río Tambo y la costa de Arequipa, nos dice que el río “Estuvo seco y apenas se oía…” posiblemente por el represamiento de este tras la erupción, y afirma que “estuvo tres días que no corrió agua, y otra vez doce días y, saliendo de madre, fue con tanta furia que asoló días todo el valle sin dejar heredad ni ganado, mulas, caballo y sementeras y cañaverales, que todo lo llevó y asoló”. También nos informa de los daños en el valle de Quilca donde anota que fallecieron cinco personas y los desastres en Camaná, Moquegua y valle de Tambo.  

El testimonio de fray Martín de Murúa es uno de los más valiosos sobre este desastre, Murúa documentó con detalle los estragos causados por la erupción. En el siguiente fragmento, se transcribe la parte de su obra que hace referencia directa al Valle de Tambo, ofreciendo una mirada vívida y conmovedora de los efectos que tuvo este fenómeno sobre sus habitantes y el paisaje “… El río (Tambo) con venir muy crecido, estuvo seco con que apenas se oía y todas las quebradas cercanas al volcán se secaron, y el rio de Tambo que es muy caudaloso, estuvo tres días que no corrió agua, y otra vez doce días y, saliendo de madre, fue con tanta furia que asoló días  todo el valle  sin dejar heredad ni ganado, mulas, caballo y sementeras y cañaverales, que todo lo llevó y asoló […] así viñas, olivares y cañaverales quedaron perdidos sin que diese género de cosecha alguna, y ha sido tanta la ruina que no se espera en muchos años volverán en si y se entiende el daño pasó de dos millones de ducados. Sacudieron cosas monstruosas y notables y casi increíbles, si no se vieran y palparan con las manos. Una fue que en el valle de Quilca, donde se juntan los dos ríos de los valles de Vitor y Asiguas, y hacen muy caudaloso, yendo un indio y un negro a las orillas, se acertó a bajar en aquel instante una avenida de ceniza tan brava que, cogiéndolos sin poder escapar, y al negro dio con el en el río y lo ahogó, y al indio lo pasó en vuelo a la otra banda sin hacerle mal alguno. En el valle de Quilca perecieron cinco personas, en el de palca tres, pues en los valles de Tambos, Majes, Moquegua, Camana sucedieron cosas lastimosas y para referir con lágrimas, porque no quedo en ellos olivar, calaveral, ají, sementeras y viñas que no asolase, y aun sucedió que un olivar que estaba junto a la mar, arrancallo, de raíz la ceniza y lo llevo hasta la mar, donde se venían andar los árboles.” (Murua, 1616, f361).

Por su parte Rodrigo de Cabredo coincide con Murua sobre el represamiento del río Tambo por acción de la erupción del huaynaputina “corre un gran río caudaloso y de fama que llaman río de Tambo, sobre el cual sucedió que un poco antes de caer la ceniza con la fuerza de los temblores, se derrumbó un gran pedazo del mismo monte yendo por allí el dicho río, le represó y detuvo por espacio de veintiocho horas, y como era tiempo de lluvias y el rio venia de monte a monte, rebosó el agua arriba y en hallando lugar de donde estenderse, hizo una laguna de cuatro leguas; mas, al cabo de dicho tiempo, abriéndose el agua camino y rompiendo la represa, corrió con espantosa furia…” (Lavallé, 2012.77)  Cabredo también nos informa de los efectos de esta catástrofe en el valle “que en dieciocho o veinte leguas que hay de allí a la costa no dexó (dejó) casa ni heredad, árbol ni sembrado, vaca ni yegua, carnero ni otra res que no diese con todo en la mar, o lo dexase enterrado […] Allí tenían caballeros y vecinos de ellas ricas haciendas, grandes sementeras de trigo y maíz y hermosos cañaverales de caña dulce, ingenio de azúcar, muchos ganados y pastos para ellos. Pero todo lo arrasó el río, o la mayor parte de ello”. (Lavallé, Ibíd.).

Cabredo también recoge el testimonio de un marinero, de quien no menciona su nombre, pero afirma que cuando el río Tambo ingreso al mar por su desembocadura con mucha furia que generó tormentas y “olas espantables” , y que las piedras “hechas brazas que cayeron al río, estas calentaban tanto el agua que la hacian hervir como a una caldera hirviendo, y como siempre iban cayendo las piedras sobre el agua ya caliente, haciales conservar el calor tanto, que aun junto al mar no se podía sufrir la mano adentro; con lo cual todo el pescado del río se cozió y assi muerto y cozido, la corriente lo llevo a la mar y la mar lo tornó a echar afuera y se hallaron en la playa cosidas y enteras a montones sobre setentamil licas que es uno de los pezcados regalados de este reino…” (Lavallé, Ibid).

El relato de la crónica jesuita anónima, visiblemente copia extractos de Caravedo, describe cómo, en medio de los preparativos para el carnaval en Arequipa, comenzaron a sentirse temblores y detonaciones dejando a la población de Arequipa confundida; sin embargo, pronto se reveló la magnitud del desastre. Del valle de Tambo en dicha crónica se hace la siguiente narración “Entra este río en la mar por una boca que llaman Tambo de donde toma el nombre, el qual valle tiene por esta parte una gran legua de ancho; era bistosísimo, de grande arboleda fertilidad y frescura, de donde Arequipa se proveya de madera para sus casas, y era tan espuesto a partes que si no eran los práticos allí aconteçía perderse en él. Allí tenían caballeros y gente principal de Arequipa ricas haciendas, grandes sementeros de trigo y maiz y muchos ajiales, un ingenio de açúcar, grandes cañaverales de caña dulçe, muchos ganados y pastos para ellos; y otros españoles y yndios tenían allí sus chácaras y haçiendas, de los quales a unos hiço grandes daños y a otros dexó del todo perdidos. La gente deste valle considerando que río tan grande represado en tal tiempo avía de hazer lo que hizo, con buen abiso dejando sus casas se salieron del valle a los altos, y allí guardaron la furiosa avenida, que fue con tal ynpitu y puxanga que hacía tenblar la tierra y atemoriçava a los que la miravan, que aun sobre las altas varrancas y peñascos fuertes no se tenían por seguros; 675 y un marinero que se halló allí en esta coyuntura afirmó que con aver él cursado la mar y visto en la del Norte muchas tormentas, no se acordava aver visto olas tan sobervias y espantables como las que llevava el río. Y suçedió aquí una cosa de las más nuebas y admirables que se an bisto en el orve, y fue que el volcán echó en esta represa y siempre fue echando en el río ynfinidad de piedras ynflamadas y hechas brassas; estas calentavan tanto el agua que la hazían hervir como una caldera, y como siempre yban cayendo sobre el agua ya caliente, hazíanle conservar el calor, tanto que aun junto a la mar no se podía sufrir la mano dentro en ella, con lo qual todo el pescado del río se coçió, y así muerto y coçido la corriente lo llevó a la mar y la mar lo tornó a echar fuera, y se hallaron en la playa cosidas y enteras y en montones sobre sesenta mil lizas, y muchas despedaçadas, y camarones y pejes reis, que en este río son de los mayores y mexores del Pirú, se hallaron sin número, fuera de la gran suma de ellos que se cree quedaron enterrados en el valle con la multitud de piedras y arena y otras malezas de que se cubrió todo él. Hiçose luego otra maior represa, sin comparaçión mayor, seis leguas más avajo en una estrechura que hage el río entre altas rocas, y hizo otra laguna de siete leguas. Duró desde la segunda semana de quaresma hasta el viernes de Ramos, quando salió con el furor y brabeça que no es pusible esplicarse por eçeder todo encarecimiento de palabras, trayendo sobreaguadas ynumerable suma de piedras muy grandes y de todos los tamaños que arriba se dixo cayeron cerca del volcán. Acavó esta de llevar lo que la primera avía dexado, y en particular mucho ganado mayor que como se le cubrieron los pastos con la tierra lluvia, acudió al valle a buscar agua y alguna rama, y todo lo ahogó y enterró, y dexó el balle todo cubierto con dos picas de arena y piedras y sin una hierba” (Mateos, 1944. 227).

Diego de Ocaña, fraile mercedario y cronista viajero del siglo XVII, dejó un valioso testimonio sobre la erupción del volcán Huaynaputina en el Valle de Tambo, su relato, incluido en su obra de viajes por el virreinato del Perú, ofrece una perspectiva vívida y aterradora del evento y las consecuencias en el valle: “En la mar, por la parte donde entra este río, fue tanta la çeniza que cayó allí y tierra y piedra pomiz, que contener el río de Tambo que assí se llama más de 18 brasas por la mar en hondo, a hecho allí una isla como si en toda la vida allí ubiera avido mar, sino que pareze que desde el principio fue isla; y a quedado tan firme que no se a disminuydo. Y assi los pilotos en muchos días no pudieron tomar el puerto, porque le desconoçian por aquella nueva isla que la çeniza hizo en la mar. Tiene una propiedad estraña esta çeniza: que es tan subtil, que no ay cosa que la este guaradada della, y en las caxas muy çerradas y guardadas están las ropas llenas de esta çeniza; y quando de algun çerro se desmorona alguna cosa desta çeniza, corre como arroyo de agua y se lleva quanto topa por delante; y assí derrivó muchas bodegas y paredes; passava de una parte a otra; y cosas suçedieron de gran maravilla como era sacar de las bodegas las tinajas del vino y llevarlas a otra parte con tanta facilidad y presteça como si fuera una avenida de un río muy caudaloso. Suçedió que estando un hombre muy enfermo en la cama, bajo un golpe de aquella çeniza, que venía corriendo por una questa abajo como si fuera agua, y sacó la cama del aposento donde estaba con el enfermo y se lo llebó hasta en medio de un llano. De suerte que la gente que estavan en las chacaras, cerca de algunos cerros, perecieron porque la çeniza que bajaba se llevava las cassas, como se llevó la casa de doña Leonor de Peralta, muger de Hierónimo Ran” (Ocaña, 1605).

Antonio Vásquez de Espinoza quien posiblemente estuvo en Arequipa durante la erupción del Huaynaputina nos dejó testimonio del desastre en la ciudad y la costa de; sobre el valle de Tambo escribió que “[...] por el río de Tambo bajó un río de fuego que coció el pescado en la mar por Espacio de más de dos leguas por donde entra en ella; hizo otros terribles daños en Toda la comarca, donde los ganados que escaparon de la tormenta, perecieron después de hambre por estar la tierra cubierta de ceniza, una varas, en partes más y en partes menos, y no  tener que comer [...]” (Vásquez 1969: 343).

Los testimonios sobre la erupción del volcán Huaynaputina en 1600 continuaron circulando y siendo mencionados mucho tiempo después del evento. Uno de los registros más tardíos proviene del arcediano Francisco Javier de Echevarría y Morales, quien en 1804 escribió un documento sobre el pueblo de Cayma, en Arequipa, donde hace referencia a las consecuencias de aquella erupción; Echeverría escribío que “Los manuscritos que han quedado de aquel tiempo nos dicen, que el río de Tambo, que desciende de la sierra, fue represado por espacio de 28 horas; en medio de venir con todo el caudal de sus aguas en la estación y corrió después con espantosa furia. De allí a la playa del mar hay más de 200 leguas y no dejó casa, heredad, ni sembrío en toda la quebrada. Arrastró con las vacas, caballos, mulas, carneros y con cuanto encontró. Era vistosísimo el valle por su mucha y frondosa arboleda y por la fertilidad del terreno. Ya habían muchas haciendas de trigo, maíz, ají y caña dulce, con un ingenio para molerla y oficinas para ‘‘formar los panes de azúcar’’. Todo se perdió a vista de los habitadores y labradores de el quienes, temiendo algún estrago con la suspensión del río, se habían recogido a la cumbre de los cerros, aun experimentando la lluvia de las cenizas. Vieron, pues la pujanza de la venida y sintieron el estruendo que fue tal, conmovió todo el pavimento, llegando las olas a formar borrascas y tormentas de un mar desenfrenado y soberbio.  Con la ardentía de las aguas y su ímpetu violento, quedó todo arrasado y levado a la mar, en cuya playa se vieron después las lisas, pejerreyes, camarones y demás animales cocidos y deshchos; y hasta las piedras y peñascos que desencajó de sus quicios se hallaron destrozados. Vista después de tiempo, la capacidad y espacio de la represa, se graduó de cuatro a seis leguas su extensión, habiendo quedado en los cerros la lista de las aguas” (Barriga, 1952 IV: 51-52).

Entre los testimonios que han sobrevivido al paso del tiempo destaca también el relato del viajero Simón Pérez de Torres, citado por el naturalista Antonio Raimondi en sus estudios sobre la geografía y geología del Perú. Este testimonio ofrece una visión directa y conmovedora de los efectos de la erupción sobre el Valle de Tambo “[...] hallóse un Rio muy grande, i caudaloso, que en tres Dias no pudo correr, por causa, que la Piedra, i Ceniza, que caia del Volcán le hizo parar, e impídiendole el paso, hasta que rebento por encima de dos Cerros. También la Represa de este Rio arrancó muchos Olivares; dícese el Rio Iraquartambo (rio Tambo), de Piedra, i Ceniza, cubrió la tierra veinte i cinco palmos de alto” (Raimondi, 1876 T II: 173).

Estas crónicas documentan que el impacto de la erupción del Huaynaputina no solo fue inmediato, sino que dejó una memoria persistente en la cultura y en la geografía del sur peruano.

EL VALLE DE TAMBO DESPUÉS DE LA ERUPCIÓN DEL HUAYNAPUTINA

Tras la devastadora erupción del volcán Huaynaputina en 1600, el reinicio de la agricultura en el Valle de Tambo fue un proceso lento y complejo, posiblemente marcado por la resiliencia de la población y las condiciones naturales del entorno. Las crónicas coloniales y estudios históricos indican que la agricultura comenzó a recuperarse lentamente a lo largo de las siguientes décadas posterior al año de la erupción. La ceniza volcánica, aunque inicialmente dañina, enriqueció el suelo con minerales que, con el tiempo, favorecieron la productividad agrícola, como lo ha sustentado Pedro Peralta en su tesis Los efectos de los desastres naturales en la producción vitivinícola de Moquegua y Arequipa (1600-1868) (Peralta, 2027).

Francisco Javier de Echeverría y Morales escribió que la agricultura se reinició en el valle de Tambo en 1630 porque en este año se cobraron los diezmos (Barriga, 1952, IV: 76). Probablemente este reinicio de la agricultura empezó en las lomas del valle de Tambo y no propiamente en el mismo valle; según Santiago Martínez, pocos años después de la erupción los olivares en las lomas Challascapa habrían sido sembrados por Sebastián Monteagudo, padre de sor Ana de los Ángeles de Monteagudo, este olivar fue de doña Inés de Monteagudo, hermana de la reverenda Madre, sor Ana y otro olivar contiguo fue de su sobrino don Juan de Pastrana, que sus hermanos lo vendieron en 1655 (Martínez, 1933, 8). Por su parte Echeverría también escribió que posterior a la erupción del volcán sembraron olivares en las lomas de Lucmillo, Arantas, Matarani, Islay, Tintayani, Catarindo, Majuelos, Challascapa, Villalobos, Arando, Boquerón hasta Tambo. Años después fueron sembrados en La Ensenada, El Chilcal, Chucarapi, Los Sauces, entre otros. (Barriga, 1952, IV: 77). El viajero Vásquez de Espinosa ofició una misa en un cerro del olivar de las lomas de Islay, al cual llamó Monte Carmelo, en conmemoración a Nuestra Señora del Carmen (Arenas, 2018, 128).

El fraile y cronista Antonio Vásquez de Espinosa recorrió entre 1617 y 1618 la costa de Arequipa como parte de sus viajes por América. Durante su paso por las lomas de Islay, zona cercana al área afectada por el desastre volcánico, dejó constancia escrita de los cambios que observó en el entorno y en las comunidades locales. Su testimonio, aunque posterior al evento, ofrece una valiosa perspectiva sobre las secuelas de la erupción y cómo estas seguían presentes más de una década después.

Presentamos la transcripción del fragmento en el que Vásquez de Espinosa describe sus observaciones en esta zona, contribuyendo al registro histórico de uno de los fenómenos naturales más impactantes del virreinato del Perú “De estas lomas se van 5 leguas al río de Tambo al sur; en este valle hubo fundadas a las riberas de su río ingenios de azúcar y crías de mulas y ganados: viñas y otras arboledas, pero cuando reventó el volcán que estaba en la provincia de los Ubinas, 26 leguas de Arequipa, 22 leguas de la mar, el río arriba, que era un cerro pequeño que estaba en medio de una sierra el año de 1600 arrojó de sí tanto fuego y ceniza que alcanzó la ceniza más de 200 leguas por todas partes, y cayó en los navíos que navegaban por la mar; al presente hay mucha ceniza a cabo de tanto tiempo, por espacio de más de 150 leguas como la vi cuando caminé por aquellos llanos; y así cuando reventó el volcán me certificaron vecinos fidedignos de aquella tierra, que el río de Tambo, que pasa por junto al volcán, vino lleno de grandes piedras pómez hecha fuego, que asoló y consumió todas las haciendas y ganados, y que entró de esta suerte en la mar y por más de dos leguas alrededor de donde entra en la mar coció todo el pescado en el mar, y que por aquel paraje pereció grande cantidad de pescados muertos y cocidos, que fue particular misericordia de Dios no causace pestilencias en breve lo comieran y consumieran los cóndores y gallinazos” (Vásquez, 1969, 344).

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