Viajar en estos días al valle de
Tambo o Mollendo es tan rápido como conseguir movilidad, a pesar de algunos
inconvenientes para abordar a una, por lo demás creo que la situación ha
mejorado, digamos desde hace unos veinte o cincuenta años atrás.
Viajar al
valle de Tambo y cruzar el desierto, que comúnmente denominamos “La Pampa de
La joya", Cachendo o Islay, me hizo reflexionar sobre los viajes de Arequipa a
la costa, siguiendo tortuosos caminos, que me atrevería a decir que son rutas
desde tiempos prehispánicos.
LOS CAMINOS PREHISPANICOS LAS MISMAS RUTAS DE HOY
Augusto Cardona en su libro “Caminos
prehispánicos de Arequipa” ha ubicado las rutas que utilizaron las comunidades
andinas hacia la costa, siguiendo el curso de los ríos; Tambo fue uno de ellos;
es así que los Puquinas, una comunidad de las alturas de Moquegua, comercializaban el guano con los curacas de
los pueblos de Chiguata, Pocsi, Ubinas y el valle de Tambo, además de poseer un
parcialidad o derechos en las islas de la caleta de Cocotea. Las comunidades de
Collagua y Cabanas del valle del Colca tenían parcialidades en Quilca y Aranta,
que ha perdurado hasta bien entrado el siglo XX, como lo ha estudiado Juan
Huanca en su libro “El circuito del cochayuyo en el siglo XX y la presencia del
control del litoral de Islay por el pueblo de Sibayo - Caylloma”.
Luego de la conquista hispana
varios de los caminos prehispánicos fueron abandonos o integrándose de acuerdo al
establecimiento de las ciudades. Arequipa se fundó en 1540 y se convirtió en una ciudad de paso la costa
hacia el alto Perú y Cusco. El puerto de Chule, ubicado entre Mejía y Mollendo,
fue la puerta de entrada y salida a ultramar, el Cabildo de Arequipa acordó en
1556 la construcción de un camino real al puerto de Chule.
Del Valle de Tambo hacia Arequipa
se subía la quebrada “Cahuintala” o por
la de “Linga”, la primera partía del pueblo de Cocachacra y la otra de El Toro
en valle arriba. “Cahuintala” llegaba hasta la estación de Tambo donde se unía
con el camino que salía de Islay, Chule y La ensenada, continuar por la misma hasta unirse con la quebrada de “Linga” para luego ascender los cerros de “La Caldera”
y descender por la quebrada “Sal si puedes” o de “Las siete vueltas” hasta
Congata, Quequeña, Yarabamba, socabaya, y
entrar a la ciudad del Misti por la antigua calle de “La Mar” hoy La Merced. Este era prácticamente
el antiguo camino real que partía de Chule y pasaba por el valle de Tambo.
Con la creación del puerto de
Santa Rosa de Islay en 1827 se empezó a utilizar el camino de herradura de la
quebrada de Guerreros hasta la Joya, donde se estableció un Tambo, punto
obligado de descanso donde se encontraba alimento, alojamiento y bebidas,
además de alfalfa para las bestias, luego
cruzaban el desierto hasta el tambo “La Jara” en las faldas de los cerros
de “La Caldera” para unirse al camino que partía del Valle de Tambo.
LOS VIAJES Y LOS TAMBOS
En 1833 la célebre escritora
Flora Tristán, llego de Francia para reclamar la herencia de su padre a su
tío Pio Tristán, personaje acaudalado e influyente del Perú de inicios de la
republica, Flora Tristan desembarco en
el puerto de Islay, y para continuar su viaje a la “ciudad blanca”, partió de
Islay la madrugada del 11 de setiembre en una caravana de mulas, subió por la quebrada de Guerrera, como ella
lo anota, a una legua de Islay, y encontró fuentes de agua, arboles y unas
cabañas, lo que debieron ser las lomas; cruzo la quebrada con las fatigas
ocasionas por el sol y el polvo; al llegar al desierto, la arena quemaba tanto
que pregunto si estaban sobre metal fundido, y le impresiono la arena tan
caliente que le parecía vidrio fundido. Sus acompañantes le dijeron que era
espejismo y que las mulas apuraban su paso porque creen ver agua a la distancia.
Llegada la noche llegaron a un
Tambo, que debió ser el de La Joya; la autora nos dice: “que este no existía sino desde hacía un año, y que la casa constaba de
tres piezas separadas por divisiones hechas de caña, la primera de las piezas
estaba destinada a los arrieros y sus bestias y servía al mismo tiempo de
cocina y almacén; y que los viajeros de uno y otros sexo se acostaban por lo
general en la pieza del centro…”; Flora Tristán se acostó muy temprano pero no pudo dormir por las pulgas que
encontró, más abundantes que en Islay, además del ruido que hacían en la
habitación. Allí escucho a sus acompañantes decir que la señorita Tristán no
llegaría viva a Arequipa pues el viaje era infernal, y que lo mejor sería
llevarla en una litera.
La Tristán se despertó muy
temprano, bebió bastante café y puso en marcha a la caravana, sin embargo el
trayecto del tambo hasta la ciudad fue horroroso para ella, porque vio animales
muertos, una tumba y al cruzar la quebrada
“La Caldera” el sol fue tan sofocante para ella que la asfixiaba. Por
fin después de dos días de viaje llego a Congata, donde se recupero para luego
llegar a la casa de su tío en Arequipa. Flora Tristán describe este viaje en el capítulo VII, titulado El Desierto, en
su libro “Peregrinaciones de una Paria”, así como ella otros viajeros
escribieron también su testimonio de la travesía al cruzar el desierto.
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