Viajar en estos días al valle de
Tambo o Mollendo es tan rápido como conseguir movilidad, a pesar de algunos
inconvenientes para abordar a una, por lo demás creo que la situación ha
mejorado, digamos desde hace unos veinte o cincuenta años atrás.
Viajar al
valle de Tambo y cruzar el desierto, que comúnmente denominamos “La Pampa de
La joya", Cachendo o Islay, me hizo reflexionar sobre los viajes de Arequipa a
la costa, siguiendo tortuosos caminos, que me atrevería a decir que son rutas
desde tiempos prehispánicos.
LOS CAMINOS PREHISPANICOS LAS MISMAS RUTAS DE HOY
Luego de la conquista hispana
varios de los caminos prehispánicos fueron abandonos o integrándose de acuerdo al
establecimiento de las ciudades. Arequipa se fundó en 1540 y se convirtió en una ciudad de paso la costa
hacia el alto Perú y Cusco. El puerto de Chule, ubicado entre Mejía y Mollendo,
fue la puerta de entrada y salida a ultramar, el Cabildo de Arequipa acordó en
1556 la construcción de un camino real al puerto de Chule.
Con la creación del puerto de
Santa Rosa de Islay en 1827 se empezó a utilizar el camino de herradura de la
quebrada de Guerreros hasta la Joya, donde se estableció un Tambo, punto
obligado de descanso donde se encontraba alimento, alojamiento y bebidas,
además de alfalfa para las bestias, luego
cruzaban el desierto hasta el tambo “La Jara” en las faldas de los cerros
de “La Caldera” para unirse al camino que partía del Valle de Tambo.

LOS VIAJES Y LOS TAMBOS

Llegada la noche llegaron a un
Tambo, que debió ser el de La Joya; la autora nos dice: “que este no existía sino desde hacía un año, y que la casa constaba de
tres piezas separadas por divisiones hechas de caña, la primera de las piezas
estaba destinada a los arrieros y sus bestias y servía al mismo tiempo de
cocina y almacén; y que los viajeros de uno y otros sexo se acostaban por lo
general en la pieza del centro…”; Flora Tristán se acostó muy temprano pero no pudo dormir por las pulgas que
encontró, más abundantes que en Islay, además del ruido que hacían en la
habitación. Allí escucho a sus acompañantes decir que la señorita Tristán no
llegaría viva a Arequipa pues el viaje era infernal, y que lo mejor sería
llevarla en una litera.
La Tristán se despertó muy
temprano, bebió bastante café y puso en marcha a la caravana, sin embargo el
trayecto del tambo hasta la ciudad fue horroroso para ella, porque vio animales
muertos, una tumba y al cruzar la quebrada
“La Caldera” el sol fue tan sofocante para ella que la asfixiaba. Por
fin después de dos días de viaje llego a Congata, donde se recupero para luego
llegar a la casa de su tío en Arequipa. Flora Tristán describe este viaje en el capítulo VII, titulado El Desierto, en
su libro “Peregrinaciones de una Paria”, así como ella otros viajeros
escribieron también su testimonio de la travesía al cruzar el desierto.
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